COLUMNA DE OPINIÓN
“A partir de la irrupción de esta pandemia, las palabras ‘virus’, ‘cepa’, ‘mutación’, ‘antígeno’, y ´PCR´, se volvieron comunes para la población entera”.
Por Giuliano Bernal Dossetto, profesor titular, jefe del Laboratorio de Biología Molecular y Celular, CáncerLab, del Departamento de Ciencias Biomédicas, Facultad de Medicina, Universidad Católica del Norte.
La pandemia mundial que nos aqueja desde inicios de 2020, ha permitido visualizar como nunca antes, la relevancia e importancia que posee la ciencia y la tecnología en la sociedad. Apenas se conocieron los primeros casos de esta enfermedad en China, fueron científicos quienes aislaron e identificaron este nuevo virus, llamado SARS-CoV2, y ya en enero de 2020, a pocas semanas de la irrupción de la enfermedad, eran científicos los que daban a conocer la secuencia genómica de quien cambiaría dramáticamente la forma en que vivíamos y nos relacionábamos. A partir de la irrupción de esta pandemia, las palabras “virus”, “cepa”, “mutación”, “antígeno”, y “PCR”, se volvieron comunes para la población entera.
En Chile, se reportaba el primer caso en los primeros días de marzo de 2020, y de inmediato la ciencia se ponía al servicio de la comunidad. Fue el Instituto de Salud Pública (ISP) quien hizo los primeros diagnósticos mediante PCR (del inglés Polimerase Chain Reaction), y a fines de ese mes, el nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, dirigido por el Dr. Andrés Couve (Doctor en Biología Celular), formaba una mesa de trabajo que en su primera acta declaraba: “El objetivo de la mesa es organizar y disponibilizar datos públicos de la epidemia COVID-19 para realizar análisis predictivos, científicos y clínicos, contribuyendo a la comprensión de la epidemia y a la toma de decisiones basadas en evidencia”, o sea, científicos de la más alta categoría aunando esfuerzos al servicio del país. A partir de ahí, se hizo un ferviente llamado a las Universidades, en particular a los laboratorios que desarrollaban la técnica de PCR, con fines científicos, y no necesariamente aquellos dedicados al área de salud, si no a todos aquellos con experiencia en esta técnica.
De hecho, muchos de nuestros colegas, dedicados al estudio de organismos marinos y terrestres, pusieron su experticia y equipamiento a disposición de las autoridades en el combate de esta pandemia. Y es precisamente aquí donde los científicos se volvieron visibles para nuestra población, y es gracias a estos científicos, que en Chile se pueden realizan más de 70.000 PCR diarios para controlar el avance de la enfermedad. Como antecedente, podemos contextualizar que la técnica de PCR fue concebida por el Dr. Kary Mullis en 1983, pero no fue hasta inicio de los años 90’ que se desarrolló como la conocemos ahora, o sea más de ¡30 años atrás! En Chile, probablemente los primeros ensayos de PCR se realizaron a mediados de los 90’ en alguna de nuestras principales Universidades.
No obstante, para la población de nuestro país este era un término desconocido. Incluso, probablemente para muchas de nuestras autoridades sanitarias también lo era. Basta recordar el impasse de la Subsecretaria de Salud, Dra. Paula Daza, al inicio de esta pandemia, al confundir la técnica de PCR con la Proteína C Reactiva, que casualmente comparte la misma sigla. Pero no es su culpa, tal vez los responsables del desconocimiento popular del quehacer científico, se deba a que los mismos científicos no hemos sabido dar a conocer, de manera eficiente y amena, lo que realizamos en cada una de nuestras actividades. Al respecto, la segunda Encuesta Nacional de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en Chile (2018-2019)*, indica que el 78% de la población encuestada considera que los científicos/as son profesionales que poseen mucho prestigio.
No obstante, el 76% se declara poco o nada informado en ciencia. El 81,5% cree que la ciencia y la tecnología traerá consigo muchos o bastantes beneficios al mundo, pero de inmediato, el 74,3% cree que la ciencia y la tecnología traerá muchos, o bastantes riesgos también. O sea, tenemos una población que cree que la ciencia es beneficiosa y riesgosa al mismo tiempo, y que quienes la imparten, son personas de prestigio, sin tener en nada claro que hacen estos científicos que creen prestigiosos. Difícil conclusión, blanco y negro, sin grises de por medio.
Para aclarar un poco la relevancia e importancia de nuestros científicos y el quehacer de la ciencia que realizan me permitiré entregar dos ejemplos. El primero de ellos tiene que ver con la vacunación contra el SARS-CoV2. Al 21 de junio de 2021, MINSAL declara que 11.729.210 personas (78,6% de la población objetivo) ya tienen su primera dosis, y que 9.360.885 ya han completado su esquema de vacunación (61,6% de la población objetivo). Esto es sin duda un gran éxito, y nos sitúa en los primeros lugares a nivel mundial en porcentaje de población vacunada. Pero gran parte de ese éxito no hubiese sido posible si un investigador nacional, el Dr. Alexis Kalergis (Doctor en Microbiología e Inmunología), quien fue el director del estudio clínico de la vacuna Sinovac en Chile, no hubiese tenido contactos previos con esta empresa china en el marco de sus investigaciones, y de esta forma, lograr que esta empresa suscriba rápidamente acuerdos de colaboración con la Pontificia Universidad Católica, en donde es Profesor Titular, en junio de 2020. De no haber intervenido este científico, gracias a sus investigaciones previas, es probable que nuestro tasa de vacunación haya sido similar a la que se observa en otros países de Latinoamérica, la que es bastante lenta.
El otro ejemplo, es digno de mencionar, ya que esta semana, la Universidad Austral de Chile firmó un acuerdo de licencia comercial con la empresa europea NanoTag Biotechnologies, para la comercialización y distribución a nivel internacional del anticuerpo W25 contra el SARS-CoV2 para su uso en investigación, el que promete resultados poderosos en la batalla contra este virus. El trabajo, liderado por el Dr. Alejandro Rojas (Dr. en Bioquímica), logró identificar y producir este anticuerpo, el que puede unirse con gran afinidad al virus y a sus variantes, además de ser estable a la nebulización y a altas temperaturas, siendo una excelente opción terapéutica, posible de ser aplicada en todo el mundo.
Como vemos, en estos ejemplos asociados a la pandemia, el aporte de nuestros científicos, ha permitido no sólo contar con una de las mejores tasas de vacunación a nivel mundial, si no que también nos permite contar con tratamientos que podrían poner fin a la crisis sanitaria que vivimos. Y todo esto, a pesar de una inversión paupérrima por parte del Estado, ya que de acuerdo al Banco Mundial, Chile se encuentra entre los países con menor gasto en Ciencia y Tecnología (% del PIB), con apenas un 0,36%, mirando con envidia a países como Israel (4,95%), Corea del Sur (4,81%), Suiza (3,37%), Suecia (3,34%) o Japón (3,26%), en donde su crecimiento y economía, se debe en gran parte a la ciencia que desarrollan.
Para cerrar, quiero mencionar a la Sra. Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), quien asegura que “el aporte de la ciencia, tecnología e innovación en los tiempos de crisis por la enfermedad del coronavirus (COVID-19) es clave para enfrentar los actuales desafíos de salud, pero también para apoyar los esfuerzos productivos de la recuperación económica tras la pandemia”, y luego recalcó, “lo que buscamos, es poner a la ciencia y tecnología al servicio de las personas, abrir un nuevo espacio de desarrollo con nuevos sectores, servicios y productos, un desarrollo productivo y tecnológico”. ¡Qué así sea!