Por: Natalia Calderón Martínez, Académica-investigadora, Escuela de Cine y Artes Audiovisuales y Coordinadora de la implementación de la Unidad de Creación Artística de la Universidad de Valparaíso (UV) y miembro de la Red Interdisciplinaria de Ciencias y Culturas (RICC).
En la actualidad, observamos un notable resurgimiento de la conexión entre arte y ciencia, un fenómeno que nos asombra como si fuera la primera vez a la que asistimos a tales relaciones. Sin embargo, esta aparente novedad es, en realidad, un retorno a una relación que ha sido fundamental a lo largo de la historia.
La separación entre arte y ciencia, que alcanzó su apogeo con la modernidad en el siglo XIX, puede considerarse un paréntesis histórico. Más aún, esta división parece ser una construcción artificial, un paradigma que hoy estamos desmantelando. En el contexto chileno, podemos mencionar como ejemplo concreto el anuncio del Mercurio del 04 de octubre de 1904: “Apertura de la exposición fotográfica (…). El distinguido doctor Estanislao Fraga, nos envía algunas extraordinarias vistas radiográficas que tienen una gran importancia artística y un alto nivel científico”. Este anuncio es paradigmático porque se inserta en el contexto histórico de la ciencia experimental, cuyos inicios -mediados del siglo XIX- marcaron un punto de inflexión al instaurar precisamente esta separación entre arte-ciencia. Sin embargo, este anuncio da cuenta, de manera concreta, de la porosidad entre las barreras disciplinarias, reconociendo de manera simultánea y paralela el valor artístico y científico de una radiografía.
Este quiebre epistemológico aparente reforzado por corrientes positivistas, se desembarca del paradigma naturalista propio a los siglos XVII-XVIII, que concebía la ciencia como una práctica profundamente ligada a la estética. El naturalismo aspiraba a una ciencia integral, donde diversas disciplinas convergieran para comprender un mismo fenómeno. Alexander von Humboldt, por ejemplo, consideraba que la creación de un paisaje requería conocimientos de geología, botánica e incluso de meteorología. La estética surgía así de la profunda comprensión de la naturaleza y, en sentido contrario, el arte resultaba esencial en la representación de fenómenos naturales en ciencia.
Hoy asistimos a un renovado interés por el naturalismo, como lo demuestra, la biografía de Humboldt escrita por Andrea Wulf, que ha sido considerada un bestseller, o exposiciones en Chile como Trabajos de Campo (2022) en el Centro Cultural La Moneda, donde obras de artistas convivían con imágenes científicas y algunos archivos pertenecientes a Humboldt. Una posible explicación a este fenómeno es la crisis climática que ha evidenciado la necesidad de un enfoque interdisciplinario, donde el arte juega un papel crucial. Por un lado, porque traduce los datos científicos a un lenguaje accesible; por otro, y esto último me parece central, porque el artista es capaz de ver aspectos del problema que la ciencia no logra visualizar o que considera fuera de su campo de acción.
Ahora bien, esta interconexión se vuelve aún más evidente al considerar la relación entre Ciencia y Cultura. Esto se debe a que la ciencia es una manifestación cultural y, por lo tanto, está sujeta a las transformaciones históricas, tecnológicas e incluso a sus diferentes contextos territoriales.
Bajo este punto, y en un esfuerzo por trascender las barreras tradicionales entre el arte, las ciencias y las culturas, emerge la Red Interdisciplinaria de Ciencias y Culturas (RICC) en la Región de Valparaíso. Esta iniciativa, que reúne a una diversidad de actores regionales, se propone construir un ecosistema colaborativo donde converjan ciencias, artes y culturas.
La RICC representa un paso fundamental hacia la superación de la dicotomía entre estos campos, promoviendo un diálogo enriquecedor y un trabajo conjunto. Constituida en el 2024, la red proyecta un 2025 dinámico, con encuentros y actividades que explorarán las múltiples dimensiones de las problemáticas locales y territoriales.