El evento, organizado por la seremi de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de la Macrozona Centro, busca resaltar la labor de los investigadores e investigadoras de las regiones de Valparaíso y Coquimbo.

Durante el mes de julio “Panorama Científico” se llevará a cabo el martes 27 a las 17:30 horas y su foco será el objetivo de desarrollo sostenible (ODS) de Naciones Unidas, Salud y Bienestar. En esta oportunidad, la actividad será moderada por Andrea Calixto , Investigadora Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso (CINV) y académica de la Universidad de Valparaíso y será transmitida por el canal de YouTube de Minciencia.

Cabe mencionar que cada edición de este ciclo de webinars está enfocado en el vínculo de la ciencia regional con uno de los objetivos de desarrollo sostenible impulsados por las Naciones Unidas (ODS). Estos objetivos, también conocidos como Objetivos Mundiales, fueron adoptados por los estados miembros de Naciones Unidas el 2015 y son un llamado universal para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y garantizar que todas las personas gocen de paz y prosperidad para 2030.

La actividad busca dar a conocer el trabajo científico macrozonal a un público amplio, estimular la interacción multidisciplinaria y promover el conocimiento colectivo con la mirada puesta hacia una sociedad diversa e inclusiva. De esta forma, se espera contribuir a que la ciencia, la tecnología, la innovación y la generación del conocimiento se conviertan en un sello identitario de las regiones de Valparaíso y Coquimbo, y que esto, a su vez, permita la generación de un círculo virtuoso para todos los sectores de la sociedad.

Las charlas fueron postuladas a través de una convocatoria abierta, tras lo cual se seleccionaron las siguientes exposiciones.

Ecohealth: ser humano y medio ambiente desde la salud primaria , presentada por la investigadora de UCN Lizet Veliz.

La ponencia mostrará cómo la crisis sanitaria actual, transformada en crisis económica y social, producto de un virus, el COVID-19, es el resultado de la forma en cómo los seres humanos habitan, producen y consumen en un mundo los recursos naturales reducidos y vulnerables, cuyo ecosistema global ha cambiado de manera drástica en estos dos últimos siglos. Considerando estos elementos, el equipo de salud de atención primaria no debe estar ajeno a este escenario, y se requiere avanzar en el desarrollo de estrategias y acciones que permitan cuidar a los seres humanos y a la naturaleza desde una perspectiva de equidad y justicia social. La expositora es académica de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica del Norte, Doctora en enfermería y Magíster en Salud Pública. Actualmente es presidenta de la agrupación de enfermeras ecologistas de Chile y líder del grupo de trabajo Buen Convivir de ANHE Latinoamérica (Alliance of Nurses for Healthy Environments).

Condición física en la infancia como predictor de salud cardiovascular y metabólica a cargo de Johana Soto Académica de la Facultad de Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, Doctora en Nutrición y Alimentos (U CHILE), Magíster en Entrenamiento Deportivo (U Mayor) y Profesora de Educación Física (UPLA).

Su exposición trata sobre cómo la condición física ha sido por décadas una de las variables más estudiadas en el ámbito de las ciencias de la actividad física y del deporte. Sus inicios están centrados en el análisis de la performance de deportistas. Estudios recientes han mostrado que una adecuada condición física en la infancia es un factor protector de salud actual y futura de niños, niñas y adolescentes y que puede ser modificada con estilos de vida activo, así como, disminución del comportamiento sedentario.

Tejidos con capacidades regenerativas y su uso clínico, a cargo de Sebastián San Martín.

Esta presentación se referirá al uso de células y tejidos con capacidades regenerativas han alcanzado en los últimos años un fuerte impulso y desarrollo. Ciertos tejidos considerados como desechos biológicos como son la placenta y la membrana amniótica, permiten su estudio y la posibilidad de utilizarlos en diferentes condiciones que afectan la salud humana. Promover mediante el conocimiento los fines terapéuticos de estos tejidos permitirá ampliar la donación de ellos con estos fines y ampliar nuestras capacidades de desarrollo e innovación en salud. El Dr San Martín es de profesión matrón, Doctor en Biología Celular y Tisular por la Universidad de Sao Paulo-Brasil, Profesor Titular de la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso, investigador del Centro de Investigaciones Biomédicas de esta casa de estudios y Director del programa de Doctorado en Ciencias e Ingeniería para la Salud de la Universidad de Valparaíso.

Algoritmos inteligentes para radioterapia cuyo expositor será Guillermo Cabrera Ingeniero Civil Informático y Magíster en Ingeniería Industrial de la PUCV, y doctor en ciencias de la ingeniería de la Universidad de Auckland (Nueva Zelanda). Actualmente es Profesor Auxiliar en la Escuela de Ingeniería Informática de la PUCV.

Su charla abordará el problema de generación automática de tratamientos para el cáncer considerando múltiples criterios. En particular, se revisará la complejidad de seleccionar ángulos de radiación y cómo los algoritmos inteligentes pueden apoyar la toma de decisiones de los médicos tratantes.

La actividad, contará con la presencia de la Seremi de Ciencia de la Macrozona Centro, María José Escobar y de otras autoridades macrozonales del área de la salud, por confirmar.

COLUMNA DE OPINIÓN

A nivel nacional encontramos una fuerte disminución entre el año 1997 y 2020. Al respecto, las cifras indicaron que, en los primeros registros, en promedio cada colmena producía entre 50 y 80 kilos, disminuyendo a un rango entre 10-15 kilos en la temporada 2019-2020.     

Por Dr. Ariel Muñoz, investigador y académico del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV)

Una tesis de la estudiante de último año de Geografía PUCV, Martina Gajardo, despertó nuestro interés por estudiar cómo el cambio climático ha impactado en la producción de miel en las zonas central y sur del país. Los resultados de su trabajo, nos permitieron constatar que los apicultores de la zona central de nuestro país están implementando una serie de acciones para adaptarse y contrarrestar las pérdidas que han tenido en su producción, a causa de la megasequía que afecta hace años a esta zona.

Algunas de estas acciones están directamente vinculadas con la recuperación de la flora nativa y especies melíferas, la sanitización de colmenas y la trashumancia. En este contexto, llama la atención que los apicultores de la zona central estén trasladando sus colmenas hacia el sur en búsqueda de floraciones, lo que estaría provocando algunas complicaciones a los productores locales a raíz del aumento de la carga apícola, que se refiere a la cantidad de colmenas que pueden permanecer saludables y productivas, sin competir, en una determinada zona. 

Este fue el punto de partida para un estudio interdisciplinario en que analizamos desde la perspectiva del riesgo climático, los cambios que ha tenido la producción de miel entre Valparaíso y Chiloé, el impacto que esto ha tenido en las áreas rurales y los consecuentes impactos sociales y ecológicos de esta situación.

Entre los resultados pudimos constatar una disminución en la producción de miel en Chile en los últimos 25 años, que llega a un 90% en la zona central y que sobrepasa el 50% en el sur del país, lo que se explicaría por los fuertes cambios en el clima de los últimos años, lo que ha provocado una larga sequía y un aumento de eventos extremos como olas de calor y lluvias intensas y erráticas. A esto, debemos sumar una disminuido de la oferta floral en la última década, lo que ha provocado una menor disponibilidad de néctar y polen, las principales materias primas que ocupan las abejas para producir miel.

A nivel nacional encontramos una fuerte disminución entre el año 1997 y 2020. Al respecto, las cifras indicaron que, en los primeros registros, en promedio cada colmena producía entre 50 y 80 kilos, disminuyendo a un rango entre 10-15 kilos en la temporada 2019-2020.     

Si llevamos este análisis a la zona central, donde se encuentra la Región de Valparaíso, la situación es aún más dramática, pasando de una producción promedio de 30 kg por colmena en 1997 a solo 2-3 kg en la temporada 2019-2020, incluyendo casos de apicultores en que la producción fue “cero”. Esta brusca reducción explicaría el por qué los apicultores de esta zona han decidido llevar sus panales al sur. Este traslado puede también generar impactos en las colmenas trasladadas, y en los apicultores de la zona sur. Esto último debido al aumento de la carga apícola y al potencial traslado de enfermedades, causando externalidades negativas a los productores locales, como algunos de ellos señalan.

De los distintos factores que influyen en la producción de miel, las variaciones del clima son muy importantes. La sequía que efecta fuertemente la macrozona central, junto con la degradación y pérdida de vigor del bosque nativo, acompañada en muchos casos de la expansión de la agricultura, han provocado una disminución de los recursos florales de la vegetación nativa, reduciendo el alimento para las colmenas. De igual manera, existe un peligro latente para las abejas asociado al uso excesivo de agroquímicos que no solo pone en riesgo su supervivencia, sino que además favorece el desarrollo de enfermedades y expone la producción de miel a contaminación que, además de constituir un riesgo para la salud de los consumidores, puede también dificultar el acceso a mercados internacionales para los productores.  

Este diagnóstico ratifica la urgencia de avanzar en la protección y restauración del bosque nativo y los recursos melíferos, así como de trabajar en adaptación del sector apícola ante los desafíos del cambio climático. Algunos aspectos fundamentales siguen siendo: Reducir las externalidades de otros rubros productivos sobre la apicultura; Avanzar en monitoreo, modelación y predicción de las condiciones de producción apícola;  Avanzar en tecnologías de información ambiental y social para la adaptación al cambio climático, entre otros

A 25 metros de profundidad y 500 de la costa, la herramienta medirá hasta agosto tiempos de arribo y desarrollo de marejadas.

Un perfilador de corriente acústico Doppler (ADCP, por sus iniciales en inglés) fue instalado en la bahía de Valparaíso, a 25 metros de profundidad y a 500 metros de la costa, con el objetivo de registrar corrientes, mareas y oleajes durante julio y agosto, en un esfuerzo conjunto entre la Escuela de Ingeniería Civil Oceánica de la Universidad de Valparaíso, el Bote Salvavidas y la empresa Ecotecnos.

La iniciativa es puesta en marcha por el Sistema de Alerta de Marejadas UV, por medio un proyecto Fondef IDEA I+D de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo, ANID, para desarrollar una escala de impacto de marejadas para la comunicación efectiva, que permitirá disminuir el riesgo de desastre.

Mauricio Molina, académico de Ingeniería Civil Oceánica y director del Sistema de Alerta de Marejadas UV, explica que el “ADCP es capaz de medir oleajes, corrientes y mareas, permitiéndonos recoger información sobre cómo se desarrollan estos fenómenos durante los meses de julio y agosto, para compararla con los pronósticos que realiza nuestro Sistema de Alerta de Marejadas”.

“Dentro de los distintos parámetros que se pueden revisar con este tipo de estudio se cuentan la magnitud, los tiempos de arribo y desarrollo de las marejadas, la hora en que el fenómeno está llegando, en qué momento se alcanza el máximo y cuáles son sus intensidades medias y máximas, es decir, permite tener una radiografía completa del evento de marejadas”, agrega.

Molina comenta que este tipo de mediciones “indica cuáles son las áreas del Océano Pacífico donde el modelo de pronóstico funciona mejor, ya que podría funcionar solo para las olas que vienen del Pacífico Sur o del Pacífico Norte, o de ambos. Esas preguntas queremos responder con estas mediciones dentro de la bahía”.

El académico comenta que “la instalación del dispositivo se enmarca en el proyecto Fondef como parte del calendario de actividades que se van a ir desarrollando permanentemente. En los próximos meses vamos a estar instalando un instrumento adquirido por la UV en el marco de este proyecto, para el cual en estos momentos se está construyendo la estructura de fondeo”.

“Este proyecto incorpora una serie de mediciones y la instalación de cámaras, para monitoreo de las marejadas y sus impactos, junto con mediciones y observaciones costeras de sus impactos. La instalación del ADCP estuvo a cargo de la embarcación Atlantis del Bote Salvavidas, un piloto y dos buzos”, añadió.

Hugo Montenegro, capitán del Bote Salvavidas de Valparaíso, destacó la “relación estrecha con el equipo docente de Ingeniería Civil Oceánica UV y en especial con el académico Mauricio Molina en el desarrollo de este proyecto sobre medición de marejadas, que ha ido creciendo por su relevancia”.

“Se trata de una iniciativa pionera en Chile, Latinoamérica y el mundo, de una importancia fundamental para todos aquellos que estamos ligados al ámbito del trabajo marítimo-portuario, costero y turístico. Contamos con la retroalimentación de docentes UV que nos han capacitado en el Sistema de Alerta de Marejadas, que es una herramienta fundamental para nuestra actividad de rescate de vidas humanas en el mar”, puntualizó.

Junto a los buzos del Bote Salvavidas y al personal de la empresa Ecotecnos, la instalación del ADCP estuvo a cargo de Sebastián Correa, encargado del Sistema de Alerta de Marejadas UV; Rodrigo Campos, encargado del Laboratorio de Simulación Física de Ingeniería Civil Oceánica; y Mauricio Molina, director del Sistema de Alerta de Marejadas UV.

Lee la nota en su portal original AQUÍ

COLUMNA DE OPINIÓN

“¿Cuál es el denominador común en estas propuestas? El trabajo colaborativo entre las distintas formaciones científica profesionales, dejando a un costado los egos. Aquí todos somos inventores e inventoras, muy distinta a la cultura de los artículos científicos en que necesariamente hay un primer autor y uno de correspondencia”.

Por Caroline Weinstein Oppenheimer, profesora titular en Escuela de Química y Farmacia, Facultad de Farmacia, Universidad de Valparaíso.

Elaborar hipótesis, desafiarlas para luego moldear una creación que pueda alcanzar el mercado y transformar la vida de las personas ¿Se puede hacer en modo ermitaño? Tal vez sí, pero qué extraordinario y efectivo es el proceso de creación colectiva.  

Sobre este último quiero comentar, haciendo un poco de historia sobre el desarrollo del Sistema de Implante Integrado de piel creado por el que en su momento denominé grupo de Ingeniería de Tejidos de la Región de Valparaíso.

La historia comienza en 2001, a mi regreso a la UV, luego de concluir el doctorado en EEUU. El Director de Investigación me contacta con el Dr. Manuel Young, de la USM, para presentar un proyecto FONDEF sobre el uso de células de piel encapsuladas en fibrina para tratar las lesiones de grandes quemados.  

El proyecto fue adjudicado y dirigido por el Dr. Young con una mentalidad multidisciplinaria en que nos sentábamos a la mesa de discusión, biólogos, químicos, farmacéuticos, tecnólogos médicos, estadísticos, ingenieros químicos, en alimentos, industriales y comerciales, un cirujano plástico y un médico veterinario. Lo que permitió ir moldeando el producto acorde a los resultados experimentales, la visión de los científicos, del cirujano que lo iba a aplicar y del ingeniero comercial que lo quería poner en el mercado.  

Así fue como el cirujano dijo que el sistema de cápsulas milimétricas no era práctico para grandes heridas y que demandaba un parche. El equipo puso su talento a trabajar y transformamos unas cápsulas de fibrina en un parche en que las células se inmovilizaban dentro de un coágulo de la misma. Primero, se llamó Sistema de Implante Integrado y fue patentado en Chile y EEUU. Más adelante adquirió el nombre comercial de Inbioderm©.

En paralelo se crea Inbiocriotec S.A, un spin-off para comercializar este producto, liderado por empresas de la región de Valparaíso, siendo el socio mayoritario el IST. Contando con la participación de SILOB, otra empresa porteña y los socios NEOS, Everest y LBO.  Tres de las universidades regionales tradicionales de la región también forman parte de este consorcio: UV, USM y UPLA.

La empresa cuenta actualmente con dependencias especializadas y dedicadas a la producción de tres variantes de Inbioderm; matriz, matriz con fibrina y matriz con células madre.  Funciona al alero del IST en sus dependencias de Viña del Mar, y conduce un ensayo clínico para evaluar el producto en úlceras de pie diabético. Además, Inbioderm© se ha aplicado en más de 150 pacientes y se usa regularmente en el IST.

Es así como la innovación nunca se acaba. Inbioderm sirvió de inspiración para un nuevo producto actualmente en desarrollo, a través del proyecto FONDEF ID19I10028, y que consiste en incorporar a la matriz polimérica extractos vegetales, con el fin de potenciar su capacidad cicatrizante. En este nuevo desarrollo, colabora Inbiocriotec S.A y el Laboratorio fitofarmacéutico Ximena Polanco.  Este proyecto permite potenciar el uso de una planta que crece en nuestro territorio y que se usa en la medicina tradicional. 

Pero la innovación no acaba aquí, la estudiante de último año del doctorado de Neurociencia de la Universidad de Valparaíso, Carolina Flores, trabajando con el Dr. Agustín Martínez del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso, observó que una molécula con efectos inhibitorios sobre un importante canal celular, aportaba a la cicatrización de heridas in vitro e in vivo.  Surge así nuestro último proyecto sometido a FONDEF 2021 para crear un parche para la curación de heridas que incorporaría estas características novedosas, para mejorar la cicatrización y permitir controlar el dolor en úlceras venosas. 

¿Cuál es el denominador común en estas propuestas? El trabajo colaborativo entre las distintas formaciones científica-profesionales, dejando a un costado los egos.  Aquí todos somos inventores e inventoras, muy distinta a la cultura de los artículos científicos en que necesariamente hay un primer autor y uno de correspondencia.

“El gran desafío es lograr la articulación y sinergias que existen en sistemas regionales de innovación más maduros, que se caracterizan por una alta fluidez y absorción del conocimiento. Como además se trata de una mirada macrozonal, hay que articular el trabajo en dos regiones diferentes“.

La seremi de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación de la Macrozona Centro, María José Escobar, ha estado ligada, desde los inicios de su carrera, al ecosistema de CTCi. Oriunda de Viña del Mar, estudió Ingeniería Civil Eléctrica en la Universidad Técnica Federico Santa María (UTFSM); luego, colaboró en el Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso (CINV) para, posteriormente, sumarse a la planta académica del Departamento de Electrónica de la USM y al Centro Avanzado de Ingeniería Eléctrica y Electrónica (Ac3E).

En diciembre de 2019 asumió la Secretaría Ministerial de la cartera de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación en las regiones de Coquimbo y Valparaíso, donde ha destacado por su liderazgo y preocupación por vincular a la ciudadanía con la ciencia. 

Hoy, es parte del Comité de Coordinación Macrozonal del Nodo CIV-VAL, al que califica como un enorme aporte para el desarrollo socioeconómico de ambas regiones. 

¿Cuál es la importancia de que exista una iniciativa como el Nodo CIV-VAL, y de qué forma puede aportar al desarrollo de la ciencia, tecnología, conocimiento e Innovación en la Macrozona Centro?

—Como parte de la institucionalidad de la Ciencia y la Tecnología, tenemos muy claro que tanto la generación del conocimiento como los avances tecnológicos han alcanzado velocidades sin precedentes, lo que sumado a los cambios en los ámbitos productivos, hacen prácticamente imposible acceder y procesar todo ese nuevo conocimiento. 

Además, el equipo de nuestra Secretaría Regional es pequeño y por tanto nuestra capacidad limitada para levantar la información necesaria y realizar un adecuado diagnóstico que identifique fortalezas, capacidades y determine brechas existentes para que este conocimiento científico se refleje en el sector productivo y en la identidad territorial.

El Nodo CIV-Val aporta enormemente en esta línea, de levantar de forma sistemática las fortalezas y debilidades del sistema macrozonal de innovación, y entregar información relevante que permita ir cerrando estas brechas.

Desde su punto de vista, ¿cuáles son los principales desafíos que se deben enfrentar para impulsar la aceleración del impacto territorial de la CTCi en la zona?

—En primer lugar, es vital levantar y sistematizar toda la información en cada una de las regiones que conforman la macrozona. Esto implica identificar a todos los actores relevantes del ecosistema, los niveles de avance de cada una de las disciplinas y los niveles de interacción que hay entre ellos. 

También es destacable, el gran desafío es lograr la articulación y sinergias que existen en sistemas regionales de innovación más maduros, que se caracterizan por una alta fluidez y absorción del conocimiento. Como además se trata de una mirada macrozonal, hay que articular el trabajo en dos regiones diferentes. 

Lo anterior no sería un desafío si el sistema fuera estático, pero muy por el contrario, es evolutivo y cambia rápidamente. Además, la institucionalidad científica del país ha tenido cambios importantes que esperamos que se traduzcan en un fortalecimiento en el sistema CTCi

¿De qué forma se pueden complementar las capacidades científicas de las regiones de Valparaíso y Coquimbo para el desarrollo del país?

—Una primera impresión que varias personas nos han compartido, es no ver muchas sinergias entre ambas regiones e incluso en Coquimbo nos comentaron que hay una mayor identificación con el norte que con la zona centro. Esto podría tener sentido si solo miramos la parte económica o productiva de la región, pero si centramos el foco en el desarrollo científico y de investigación en general, observamos que las dificultades que se enfrentan son similares: la distancia entre la academia y la industria, la articulación con actores y servicios públicos, la relación con la comunidad local, la carrera científica o del investigador, el funcionamiento con los niveles de centralización existentes a nivel nacional, entre muchos otros temas comunes.

Hay disciplinas específicas que se desarrollan en ambas regiones: el tema hídrico, la biología marina, energías limpias y nos hemos enterado que hay colaboración en astronomía y astrofísica, ecología, entre varias otras.

En el tiempo transcurrido de la instalación de nuestro Ministerio hemos observado que en diversas actividades que hemos organizado llevado adelante se han generado nuevos contactos que esperemos que se materialicen en colaboraciones concretas.

¿Cuán necesario es vincular a la ciudadanía con la ciencia y de qué manera se puede avanzar hacia ese propósito?

—Es muy necesario que la ciudadanía se apropie de la ciencia porque a través de ella avanzamos como humanidad. Nada se saca con descubrir muchas cosas interesantes o responder grandes preguntas complejas si dicho conocimiento no se incorpora en el hacer de las personas e instituciones.

Buscando esta conexión y que la ciudadanía se apropie del conocimiento científico, llevamos más de cinco sesiones de nuestro Panorama Científico que se transmite por el canal de Youtube del Ministerio de Ciencia. Es una actividad mensual en donde reunimos académicos para que presenten sus proyectos de investigación en un formato sencillo y breve a un público general. 

Los proyectos a presentar se han organizado en torno a los objetivos sostenibles de la ONU a los cuales se convocaron los investigadores y obtuvimos una excelente tasa de respuesta, lo que además evidencia que los investigadores sí quieren relacionarse con la ciudadanía. 

La experiencia con el Panorama Científico es solo un ejemplo de muchas vías que pueden generarse para acercar la ciencia a la ciudadanía.

¿Cuál es el papel del emprendimiento y la innovación al momento de potenciar el desarrollo social y económico de las dos regiones?

—Para esta pregunta cabe destacar que como Ministerio de Ciencia, los emprendimientos que se buscan promover, son aquellos de base científico tecnológica, así mismo la innovación que se genera producto del conocimiento desarrollado en diversas disciplinas. Dicho esto, el rol de estos emprendimientos es crucial en momentos en que se requiere que nuestro país diversifique su matriz productiva y agregue mayor valor a su oferta exportadora.

Las empresas de base científica y tecnológica (EBCT) no solo representan una oportunidad para aumentar la investigación y desarrollo sino también para ampliar las posibilidades de empleos más calificados y para un capital humano avanzado que tiene mucho que aportar en ambas regiones y a la sociedad completa. El optar por mejores empleos, genera en sí un desarrollo social y económico sostenible desde nuestros territorios.

“Uno de los desafíos que tiene la región de Coquimbo es la observación del océano: hay muy pocas plataformas de observación continua para poder entender cómo es la variabilidad climática”.

La ecofisióloga Laura Ramajo es doctora en Cambio Global e investigadora del grupo MAR del Centro de Estudios Avanzados en Zonas Áridas (CEAZA). Su trabajo se enfoca en determinar las respuestas fisiológicas de los organismos marinos y costeros en el marco del cambio climático. 

“Principalmente estoy centrada en determinar los rangos de tolerancia de las especies a la variabilidad climática para, posteriormente, poder realizar proyecciones y determinar cómo van a responder según los pronósticos existentes”, asegura la experta, que se ha especializado en el estudio de especies marinas, como el ostión. 

Paralelamente, junto al equipo de CEAZA, también se encuentra levantando información sobre la vulnerabilidad, la capacidad adaptativa y la resiliencia de las comunidades costeras, lo que conlleva una gran importancia para la pesquería y el turismo, entre otros rubros de la región de Coquimbo.

La investigadora conversó con el Nodo CIV-VAL respecto a la importancia de crear un diagnóstico que identifique brechas y capacidades, y de qué forma es posible vincular a la ciudadanía para aportar al desarrollo de la CTCi.  

Desde su perspectiva como investigadora del CEAZA, ¿cuáles considera que son los principales desafíos científicos en la Macrozona Centro, especialmente en la región de Coquimbo?

—Uno de los desafíos que tiene la Región es la observación del océano: hay muy pocas plataformas de observación continua para poder entender cómo es la variabilidad climática. Nosotros, en la región de Coquimbo, solo tenemos una, por lo que en términos de observación oceanográfica estamos bastante cojos. También necesitamos un mejor monitoreo de cómo están cambiando los ecosistemas y las especies, es algo transversal, que atraviesa desde las Ciencias Físicas a las Ciencias Naturales y también las Ciencias Sociales. En la región existen muy pocos estudios respecto a la vulnerabilidad y la capacidad adaptativa de las comunidades costeras y por eso es súper difícil generar buenos planes de adaptación, porque no conocemos exactamente cuál es la vulnerabilidad socioeconómica de la sociedad, entre otras aristas.

¿Cuán importante es vincularse con la ciudadanía con este tipo de materias?

—La comunicación de la ciencia hacia la ciudadanía es clave, ya que es muy difícil que una comunidad que no recibe información, que no tiene una cultura científica, logre entender los procesos del cambio climático. En el CEAZA tenemos una vinculación muy estrecha con las comunidades, es parte de nuestro día a día. La información debe ser transmitida de una manera amigable, no solo a través de estos típicos papers o artículos científicos, por lo que hacemos talleres y reuniones. Es importante comunicarle a la comunidad de qué forma todas estas variables científicas pueden afectar a los diferentes actores, desde los pescados, el sector productivo hasta a las personas que hacen deporte en la costa. Es vital porque una población sin conocimiento científico es una población mucho más vulnerable, que no entiende lo que está pasando y no es capaz de prepararse. Del mismo modo, ellos también entregan mucho conocimiento e información histórica, por lo que el diálogo y el traspaso de conocimiento funciona hacia ambos lados. 

¿Cuál es la importancia de que exista una iniciativa como el Nodo CIV-VAL, y de qué forma puede aportar al desarrollo de la ciencia, tecnología, conocimiento e Innovación en la Macrozona Centro?

—Es muy interesante hacer un diagnóstico de la situación actual de CTCi, ya que puede ayudar a dirigir las investigaciones y los estudios para poder mejorar las brechas y, finalmente, abordar temáticas como el cambio climático. Estamos en un período clave de tomar decisiones muy importantes que nos pueden arrastrar a un futuro mejor o peor. Por lo que levantar este tipo de información, y que haya un proyecto que se dedique a realizar todo el diagnóstico desde la CTCi, es primordial para conectarnos y saber lo que está ocurriendo o lo que están haciendo los otros colegas. 

—Desde el Nodo CIV-VAL también se identificó un mapa de actores clave en el ecosistema de CTCi, ¿de qué forma aportan ese tipo de iniciativas?

—Mientras más actores se identifiquen, mucho mejor, ya que hay muchas realidades y maneras de relacionarse con las regiones, el océano y la tierra. Por lo mismo, mientras más diverso sea este mapa de actores, será mucho más enriquecedor, ya que todos tienen una perspectiva diferente del desarrollo o frente a qué problemas debe responder la ciencia. Este tipo de acciones son valiosas y permiten la articulación entre las comunidades y el mundo científico. 

COLUMNA DE OPINIÓN

“A partir de la irrupción de esta pandemia, las palabras ‘virus’, ‘cepa’, ‘mutación’, ‘antígeno’, y ´PCR´, se volvieron comunes para la población entera”.

Por Giuliano Bernal Dossetto, profesor titular, jefe del Laboratorio de Biología Molecular y Celular, CáncerLab, del Departamento de Ciencias Biomédicas, Facultad de Medicina, Universidad Católica del Norte.

La pandemia mundial que nos aqueja desde inicios de 2020, ha permitido visualizar como nunca antes, la relevancia e importancia que posee la ciencia y la tecnología en la sociedad. Apenas se conocieron los primeros casos de esta enfermedad en China, fueron científicos quienes aislaron e identificaron este nuevo virus, llamado SARS-CoV2, y ya en enero de 2020, a pocas semanas de la irrupción de la enfermedad, eran científicos los que daban a conocer la secuencia genómica de quien cambiaría dramáticamente la forma en que vivíamos y nos relacionábamos. A partir de la irrupción de esta pandemia, las palabras “virus”, “cepa”, “mutación”, “antígeno”, y “PCR”,  se volvieron comunes para la población entera.

En Chile, se reportaba el primer caso en los primeros días de marzo de 2020, y de inmediato la ciencia se ponía al servicio de la comunidad. Fue el Instituto de Salud Pública (ISP) quien hizo los primeros diagnósticos mediante PCR (del inglés Polimerase Chain Reaction), y a fines de ese mes, el nuevo Ministerio de Ciencia, Tecnología, Conocimiento e Innovación, dirigido por el Dr. Andrés Couve (Doctor en Biología Celular), formaba una mesa de trabajo que en su primera acta declaraba: “El objetivo de la mesa es organizar y disponibilizar datos públicos de la epidemia COVID-19 para realizar análisis predictivos, científicos y clínicos, contribuyendo a la comprensión de la epidemia y a la toma de decisiones basadas en evidencia”, o sea, científicos de la más alta categoría aunando esfuerzos al servicio del país. A partir de ahí, se hizo un ferviente llamado a las Universidades, en particular a los laboratorios que desarrollaban la técnica de PCR, con fines científicos, y no necesariamente aquellos dedicados al área de salud, si no a todos aquellos con experiencia en esta técnica.

De hecho, muchos de nuestros colegas, dedicados al estudio de organismos marinos y terrestres, pusieron su experticia y equipamiento a disposición de las autoridades en el combate de esta pandemia. Y es precisamente aquí donde los científicos se volvieron visibles para nuestra población, y es gracias a estos científicos, que en Chile se pueden realizan más de 70.000 PCR diarios para controlar el avance de la enfermedad. Como antecedente, podemos contextualizar que la técnica de PCR fue concebida por el Dr. Kary Mullis en 1983, pero no fue hasta inicio de los años 90’ que se desarrolló como la conocemos ahora, o sea más de ¡30 años atrás! En Chile, probablemente los primeros ensayos de PCR se realizaron a mediados de los 90’ en alguna de nuestras principales Universidades.

No obstante, para la población de nuestro país este era un término desconocido. Incluso, probablemente para muchas de nuestras autoridades sanitarias también lo era. Basta recordar el impasse de la Subsecretaria de Salud, Dra. Paula Daza, al inicio de esta pandemia, al confundir la técnica de PCR con la Proteína C Reactiva, que casualmente comparte la misma sigla. Pero no es su culpa, tal vez los responsables del desconocimiento popular del quehacer científico, se deba a que los mismos científicos no hemos sabido dar a conocer, de manera eficiente y amena, lo que realizamos en cada una de nuestras actividades. Al respecto, la segunda Encuesta Nacional de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología en Chile (2018-2019)*, indica que el 78% de la población encuestada considera que los científicos/as son profesionales que poseen mucho prestigio.

No obstante, el 76% se declara poco o nada informado en ciencia. El 81,5% cree que la ciencia y la tecnología traerá consigo muchos o bastantes beneficios al mundo, pero de inmediato, el 74,3% cree que la ciencia y la tecnología traerá muchos, o bastantes riesgos también. O sea, tenemos una población que cree que la ciencia es beneficiosa y riesgosa al mismo tiempo, y que quienes la imparten, son personas de prestigio, sin tener en nada claro que hacen estos científicos que creen prestigiosos. Difícil conclusión, blanco y negro, sin grises de por medio.

Para aclarar un poco la relevancia e importancia de nuestros científicos y el quehacer de la ciencia que realizan me permitiré entregar dos ejemplos. El primero de ellos tiene que ver con la vacunación contra el SARS-CoV2. Al 21 de junio de 2021, MINSAL declara que 11.729.210 personas (78,6% de la población objetivo) ya tienen su primera dosis, y que 9.360.885 ya han completado su esquema de vacunación (61,6% de la población objetivo). Esto es sin duda un gran éxito, y nos sitúa en los primeros lugares a nivel mundial en porcentaje de población vacunada. Pero gran parte de ese éxito no hubiese sido posible si un investigador nacional, el Dr. Alexis Kalergis (Doctor en Microbiología e Inmunología), quien fue el director del estudio clínico de la vacuna Sinovac en Chile, no hubiese tenido contactos previos con esta empresa china en el marco de sus investigaciones, y de esta forma, lograr que esta empresa suscriba rápidamente acuerdos de colaboración con la Pontificia Universidad Católica, en donde es Profesor Titular, en junio de 2020. De no haber intervenido este científico, gracias a sus investigaciones previas, es probable que nuestro tasa de vacunación haya sido similar a la que se observa en otros países de Latinoamérica, la que es bastante lenta.

El otro ejemplo, es digno de mencionar, ya que esta semana, la Universidad Austral de Chile firmó un acuerdo de licencia comercial con la empresa europea NanoTag Biotechnologies, para la comercialización y distribución a nivel internacional del anticuerpo W25 contra el SARS-CoV2 para su uso en investigación, el que promete resultados poderosos en la batalla contra este virus. El trabajo, liderado por el Dr. Alejandro Rojas (Dr. en Bioquímica), logró identificar y producir este anticuerpo, el que puede unirse con gran afinidad al virus y a sus variantes, además de ser estable a la nebulización y a altas temperaturas, siendo una excelente opción terapéutica, posible de ser aplicada en todo el mundo.

Como vemos, en estos ejemplos asociados a la pandemia, el aporte de nuestros científicos, ha permitido no sólo contar con una de las mejores tasas de vacunación a nivel mundial, si no que también nos permite contar con tratamientos que podrían poner fin a la crisis sanitaria que vivimos. Y todo esto, a pesar de una inversión paupérrima por parte del Estado, ya que de acuerdo al Banco Mundial, Chile se encuentra entre los países con menor gasto en Ciencia y Tecnología (% del PIB), con apenas un 0,36%, mirando con envidia a países como Israel (4,95%), Corea del Sur (4,81%), Suiza (3,37%), Suecia (3,34%) o Japón (3,26%), en donde su crecimiento y economía, se debe en gran parte a la ciencia que desarrollan. 

Para cerrar, quiero mencionar a la Sra. Alicia Bárcena, Secretaria Ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), quien asegura que “el aporte de la ciencia, tecnología e innovación en los tiempos de crisis por la enfermedad del coronavirus (COVID-19) es clave para enfrentar los actuales desafíos de salud, pero también para apoyar los esfuerzos productivos de la recuperación económica tras la pandemia”, y luego recalcó, “lo que buscamos, es poner a la ciencia y tecnología al servicio de las personas, abrir un nuevo espacio de desarrollo con nuevos sectores, servicios y productos, un desarrollo productivo y tecnológico”. ¡Qué así sea!

Cada una de las instituciones que forman parte del nodo CIV-VAL tiene un importante “camino recorrido” en lo que a CTCi respecta. El trabajo articulado de todas estas instituciones con el mismo fin de potenciar el desarrollo científico de la Macrozona Centro tendrá sin dudas beneficios en el corto y largo plazo”. 

Arlek González-Jamett es bioquímica con doctorado en Neurociencia, académica de la Escuela de Química y Farmacia de la Universidad de Valparaíso e investigadora del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso (CINV). “Mi labor es liderar una línea de investigación de interés en el campo de la Neurociencia y, en ese contexto, participar en la formación académica de estudiantes de pre y postgrado de carreras afines de la UV”, explica.

A través de su trabajo, busca comprender los mecanismos moleculares que contribuyen al desarrollo de la miopatía centronuclear enfermedad neuromuscular hereditaria—, y de la enfermedad de Alzheimer, usando modelos animales de ambas patologías. 

Desde su rol clave como investigadora y participante activa del ecosistema de CTCi, Arlek se refirió a la importancia del Nodo CIV-VAL y a las capacidades y brechas de las regiones de Valparaíso y Coquimbo. 

¿Cuál es la importancia de que exista una iniciativa como el Nodo CIV-VAL, y cómo puede aportar al desarrollo de la CTCi en Macrozona Centro?

—Iniciativas como el Nodo CIV-VAL son tremendamente relevantes para fortalecer la ciencia con un enfoque regional. Históricamente la ciencia en regiones está menos representada desde el punto de vista de los recursos que se le asignan y del desarrollo científico que se ha alcanzado. Identificar las potenciales causas es fundamental para la implementación de políticas públicas que permitan acortar las brechas.

Cada una de las instituciones que forman parte del nodo CIV-VAL tiene un importante “camino recorrido” en lo que a CTCi respecta. El trabajo articulado de todas estas instituciones con el mismo fin de potenciar el desarrollo científico de la Macrozona Centro tendrá sin dudas beneficios en el corto y largo plazo. 

¿Cuáles son los principales desafíos o brechas que deben ser enfrentados en el área de la neurociencia para impulsar el desarrollo socioeconómico?

—La investigación en el área de la Neurociencia ha permitido avanzar muchísimo en entender las bases moleculares y fisiológicas de las patologías más relevantes del sistema nervioso. Entre ellas, muchas enfermedades de base siquiátrica son estudiadas por importantes grupos en Chile y el mundo. Estrés, depresión, trastornos obsesivos compulsivos  son sin duda condiciones neuropatológicas que causan  “bajas” importantes en el ámbito laboral y que sin duda impactan en aspectos socioeconómicos relevantes. El desafío de quienes se mueven en el campo de la Neurociencia es “convencer” sobre la importancia de sus investigaciones y el potencial impacto que éstas pueden llegar a tener en estos aspectos que importan a toda la comunidad.

¿Cuáles son las capacidades más relevantes con las que cuenta la macrozona centro en torno a esta área?

—En la macrozona centro existen grupos muy importantes trabajando en temas afines. En CINV existen investigadores consolidados que se han dedicado por años a dilucidar los mecanismos que conducen a enfermedades neurosiquiatricas de interés. El desafío es sin duda llegar a hacer visibles los hallazgos en instancias distintas a las netamente académicas, teniendo posibilidad de influir de algún modo en políticas públicas en las que se enmarquen estas problemáticas. 

¿Cuán importante es vincularse con la ciudadanía para informar sobre las investigaciones científicas y tecnológicas?

—Difundir al mundo “no científico” el trabajo que realizamos desde la Academia y los Centros de Investigación es tremendamente relevante y a mi parecer es todavía una tarea pendiente para la mayoría de nosotros. En general la ciudadanía tiene claro lo importante que es apoyar el desarrollo científico y tecnológico de  un país para que otros aspectos como la educación y la salud se fortalezcan. Sin embargo, existe bastante desconocimiento sobre lo que se hace en Chile en general y en nuestra Macrozona en particular desde el punto de vista de la Ciencia. Generar instancias para que esa vinculación exista de manera permanente es muy necesario.

“Me parece muy bien centrar parte de las investigaciones en torno a la alimentación, ya que es una problemática que existe y que seguirá existiendo, sobre todo con los problemas del cambio climático y el aumento de la población”.

La ingeniera civil bioquímica y doctora en Ciencias de la Ingeniería, Carmen Soto, ingresó en el año 2008 como investigadora al Centro Regional de Estudios en Alimentos Saludables de Valparaíso (CREAS), donde ha desarrollado su carrera enfocada, principalmente, en los bioprocesos, la ingeniería aplicada a los alimentos y la biotecnología industrial. 

“Durante los últimos años, he centrado mi trabajo en la revalorización de residuos y la recuperación de biomoléculas. En el Centro hacemos ciencia, pero también harta investigación aplicada para poder dar soluciones a ciertos actores de la cadena alimentaria”, sostiene la experta, que también se refirió al potencial que tiene la Macrozona Centro para desarrollar investigaciones de calidad y cuán importante es la educación alimentaria para la sociedad.

¿Qué te parece que exista una iniciativa como el Nodo CIV-VAL y de qué forma puede aportar al desarrollo de la Macrozona Centro?

—Me parece muy bien que existan este tipo de programas como el Nodo CIV-VAL que permitan visibilizar e impulsar el sector a través de un trabajo colaborativo y complementario. Porque, en ocasiones, los investigadores no sabemos qué están haciendo los otros centros y, en esa línea, la comunicación es fundamental. 

La región de Valparaíso es un sector que por muchos años se ha descrito como una zona universitaria, donde se genera bastante investigación. Por lo mismo, creo que es importante potenciarlo para que se nos considere como un actor relevante a nivel país y se demuestre que aquí también se puede hacer ciencia, innovación, investigación y emprendimientos de calidad. 

Me parece muy bien centrar parte de las investigaciones en torno a la alimentación, ya que es una problemática que existe y que seguirá existiendo, sobre todo con los problemas del cambio climático y el aumento de la población; hay una obligación de cubrir esta necesidad. Enfocarnos en esa área siempre será esencial para tener una seguridad alimentaria de todo tipo: tanto de disponibilidad, como de acceso. 

Desde tu experiencia como investigadora, ¿cuáles piensas que son las principales fortalezas y debilidades de la Macrozona Centro en torno a la CTCi?

—El problema mayor de la región está enfocado en la falta de agua y es algo que habrá que sopesar y mejorarlo. Además, como sector industrializado hay que darle énfasis a la generación de emprendedores para que tengan ganas e interés de instalarse acá. Eso mismo impulsará, por ejemplo, el desarrollo agronómico o el área de procesos. Por otro lado, creo que nuestra gran ventaja en la macrozona es la diversidad: tenemos un sector que es rico en conocimiento, tanto científico como aplicado; con grandes universidades y centros de investigación en ambas regiones. De cierta forma, estamos todos remando hacia la misma meta y eso es una gran fortaleza.

¿Cómo evalúas la vinculación y el trabajo asociativo en la zona?

—Es un punto débil, todavía hay una deuda desde el mundo gubernamental o político. Además, hace falta sinergia entre los centros de investigación, el mundo académico y las empresas, ya que la desconfianza de las grandes industrias todavía existe. Muchas veces, el concepto que tienen las grandes industrias o algunos emprendedores de desarrollo es muy distinto al que tenemos nosotros, los investigadores e investigadoras, por lo que hay que generar una mayor divulgación y difusión para mostrar, de una forma adecuada, cuáles son los alcances que tiene la investigación y generar las expectativas correctas. 

¿Por qué crees que es importante vincular e informar a la ciudadanía respecto a las investigaciones científicas en el área de los alimentos?

—Es esencial porque es importante que la gente sepa qué está comiendo, por qué y para qué. Es vital que empiecen a adquirir conocimientos desde pequeños para poder empoderarse, tomar mejores elecciones y presionar a la industria alimentaria para obtener otro tipo de alimentos o cubrir otras necesidades. La gente se interesa porque es algo que conoce. Por ejemplo, a los niños les explicamos que la mamá y el papá hacen ciencia en la cocina y que eso genera conocimiento, por lo que lo sienten cercano y saben que les afecta directamente. Esto genera que, en algún momento, la empresa que elabora alimentos tenga que hacer un cambio de switch para poder satisfacer las necesidades de sus consumidores, ya sea porque, como industria, tienen una conciencia real o porque quieren mantener al cliente. En esa línea, es clave que las personas tengan conocimientos de ciencia. 

Durante la segunda sesión del Comité de Coordinación Macrozonal, fueron presentados los resultados de la “Consulta Nodo CIV-VAL”, que entregó una radiografía general sobre las prioridades temáticas en las regiones de Valparaíso y Coquimbo.

Con el propósito de informar respecto a los avances en la etapa de diagnóstico, el Nodo CIV-VAL convocó, de forma virtual el pasado jueves 10 de junio, al segundo Comité de Coordinación Macrozonal (CCM), conformado por representantes de la academia y el sector público y privado, quienes son los encargados de aportar con ideas y validar el trabajo del equipo.

Cabe recordar que la iniciativa “Articulación y consolidación del Nodo ‘CIV-VAL’ para la aceleración del impacto territorial de la CTCi en la Macrozona Centro” es financiada por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) y ejecutada por ocho instituciones de las regiones de Valparaíso y Coquimbo (PUCV, UV, UTFSM, ULS, UCN, CINV, CEAZA, CREAS), que trabajarán en conjunto durante 24 meses para identificar las brechas que han limitado el desarrollo científico en el territorio e implementando acciones piloto.

Durante esta segunda sesión, fueron presentados los resultados de la “Consulta Nodo CIV-VAL para la aceleración del impacto territorial de la CTCi”, que permitió disponer de una radiografía general sobre las prioridades temáticas de ciencia, tecnología, conocimiento e innovación en las regiones de Valparaíso y Coquimbo. La encuesta circuló de forma masiva entre un mapa de actores identificado previamente por el Nodo CIV-VAL, que incluyó a representantes de universidades, centros de investigación, la sociedad civil y el sector público y privado.

En esa línea, el director del Nodo CIV-VAL y director de Incubación y Negocios de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV), Etienne Choupay, aseguró que esta primera consulta permite avanzar y “contribuir a la creación de una hoja de ruta que logre identificar claramente, a partir de las capacidades de desarrollo científico y tecnológico que existen en la macrozona, de qué forma podemos impulsar acciones que potencien el territorio como un bien público en articulación con los otros nodos macrozonales. Además, es un proceso que se está trabajando de la mano con la ANID y los diversos actores que han sido identificados dentro del ecosistema de CTCi”. 

Taller participativo

Para potenciar la retroalimentación y sinergias entre los asistentes, se realizó un taller participativo, donde se plantearon preguntas consideradas clave para el ecosistema de ciencia, tecnología, conocimiento e innovación: ¿qué elementos dificultan o desincentivan la articulación o vinculación entre los actores? Y ¿qué soluciones pueden mejorar el funcionamiento del ecosistema CTCi, en relación a su articulación para el impacto territorial? Estas interrogantes dieron pie a una interesante conversación entre los participantes.

En ese sentido, Andrea Calixto, investigadora del Centro Interdisciplinario de Neurociencia de Valparaíso (CINV), aseguró que una de las principales barreras es la escasez de tiempo para vincular a la academia con el sector privado: “es primordial tener personas dedicadas específicamente a trabajar en la relación con la industria y el desarrollo de la CTCi, pues hay que articularse y extender las confianzas para que esa labor sea reconocida como un trabajo de tiempo completo. Por lo mismo, es necesario incentivar una mayor contratación de personal en esas áreas”.

Por su parte, Wolfgang Stotz, secretario de investigación de la Universidad Católica del Norte (UCN), sede Coquimbo, destacó la necesidad de “trabajar para generar redes con los exalumnos, con el objetivo de mantener el contacto entre las universidades y los profesionales que ingresan al mundo productivo. De esta forma, se potencia el interés en la ciencia y la conexión entre ambos sectores”.

Finalmente, Pier-Paolo Zaccarelli, past president de la Cámara Regional del Comercio de Valparaíso (CRCP), hizo hincapié en que “ambas regiones deben potenciar la asociatividad. Es importante impulsar la capacidad de conectarse para innovar y ser más creativos, convocando a todos los actores de la cadena de CTCi y los stakeholders”. 

Es importante recalcar que, durante los próximos meses, el Nodo CIV-VAL continuará trabajando para la aceleración del impacto territorial de la CTCi en la Macrozona Centro, específicamente en la sistematización de estudios y reportes en áreas seleccionadas; talleres de identificación de problemas y/o brechas del ecosistema CTCi macrozonal; entrevistas a actores clave y mesas temáticas, entre otras iniciativas.